Son las palabras que llenan una hoja

Pedro 7300 CGP

In 600 on 31 May 2012 at 10:06

Trabaja desde 1993 dentro de un coche blanco, metiéndose por las calles de Madrid abriendo rutas como un topo. En el parasol de su asiento un crucifijo de plata se balancea hacia delante y hacia atrás cuando cambia de marcha. No lleva GPS a la vista. Le decimos la calle y saca el vehículo -en la orilla de la acera- rumbo a nuestra casa. Pedro es callado, como todos los taxistas. Mira hacia delante, pensativo, y curiosea hacia los lados cuando se detiene en los semáforos. En la mano izquierda lleva dos anillos de oro, uno en el meñique y otro en el anular. Viste camisa de cuadros de manga corta y en la cara le asoma una sonrisa.

Este taxista conduce a una media de 25 personas a donde le dicen. A unos al trabajo, a otros a un restaurante o a casa, y a veces recoge a pasajeros del aeropuerto. Cuando eso pasa, cuando se acerca a Barajas para hacer una carrera de las largas, casi siempre le toca esperar entre una y dos horas hasta que carga con un viajero en los asientos traseros de su oficina móvil.

La mayoría de traslados se los adjudica desde la emisora de radio, que localiza a los conductores en un mapa. Así, los taxistas que merodean la zona donde se encuentra el viajero escuchan la señal y uno de ellos se acerca a recogerlo. De vez en cuando también se acerca a las paradas de taxis, más para descansar que para hacer negocio.

Antes los taxistas podían trabajar hasta 24 horas. En ese caso, el portador de la licencia contrataba a otro conductor y se dividían el horario. Ahora, en cambio, pueden trabajar un máximo de 18. Por eso Pedro, que hace un tiempo contrató a un joven para que cubriera el turno de mañana, en la actualidad trabaja sólo. Y se puede meter panzadas de horas y horas conduciendo, hasta que el cuerpo aguante. De ahí que las paradas estén pensadas para ellos.

Este martes, Pedro trabaja de noche. El viento de fuera se cuela dentro del taxi generando una agradable brisa entre las ventanas. Desde aquí no se oye la conversación de los pasajeros. Una pantalla de plástico aísla al conductor del cliente, por si al viajero le da por sacar una navaja. Para él sólo parece existir la carretera, también cuando habla. Entre frase y frase se le cuelan resoplidos. Lleva casi 20 años en el negocio. Toda la vida contando los segundos que tarda el semáforo en volver a ponerse de color verde.

Lo mejor que le puede pasar en un día de trabajo, confesaba durante la ruta, es no tener que esperar entre los viajes, sino dejar a un pasajero y que se embarque uno nuevo. Aunque es difícil empalmar una carrera con la siguiente en una ciudad con 16.000 taxistas. Y alguno más, si se cuentan los que se la dan de licenciados. El falso taxista suele ir al aeropuerto a recoger a extranjeros que desconocen el color de los taxis madrileños. Porque los de pega transportan al cliente en su vehículo particular.

En esa marea blanca de lucecitas verdes, el coche de Pedro es sólo uno más. El que lleva la matrícula 7300 CGP. Cuando le pregunto si le gusta lo que hace me dice que sí. Más le vale. Cuando en 1993 decidió que esa iba a ser su profesión, se hipotecó la vida. Y es que la licencia de taxista, que pasa a ser suya hasta la muerte, cuesta 150.000 euros. Por eso es más que bueno acordarse de dejarles propinas.

  1. Bueno, bueno, bueno… Veo que no os ha gustado nada mi último escrito. Bien, acepto vuestras críticas, que por algo coincidirán. A mi me sorprende la vida de los taxistas porque se me antoja monótona y, como dice Guillermo, igual. Todos los taxistas se me presentan con el mismo perfil. Algún día tenía que hablar de ellos, así que escogí a este por parecerme del todo típico. Corrijo ese sólo (ok, Lydia…). Gracias por leerme y, también, por darme vuestra sincera opinión.

  2. jaaaaa!!! Ves!!!!???? Ese Casado tiene que volver a tu mesilla de noche!

  3. Sin ánimo de ofender, Paulica, creo que esta columna es algo anodina, como nuestro protagonista. El tal Pedro no me atrae mucho, tal vez porque hay cientos como él. O porque lo encuentro sin vida en el texto.

    Ah, y recuerda que la palabra «sólo» lleva tilde únicamente cuando significa «únicamente» 🙂

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